LA DECLARACIÓN. Un cuento serrano
Algo sabía la madre, más por habladurías que por confidencias del tontarra de su hijo, hecho ya un mozancón, con edad para recogerse. Tendrías que pedirle relaciones, hijo, le decía la madre. Algo tonto eres, pero bueno; sin hermanos, y cuando nosotros faltemos... Y si la quieres... Y es que Venancio andaba de escarceos amorosos por los rincones, como gato en celo, por donde sabía que pasaban las mozas. Y a la madre empezaba a gustarle que su hijo bendito comenzara a andar tras alguna falda que no fuesen las de ella. Qué buena falta le hacía tomar decisión y entrar en estado, pues hasta los amigos comenzaban a faltarle. Y es que ella lo había malcriado, hijo, estate quietecico, no hagas esto, ni lo otro, no seas malo, ni atrevido, y que no te engañen, Venancio. Y Venancio no aprendió a hacer casi nada de quieto que se estuvo, procurando que no le engañasen; hasta que se dio cuenta que se parecía mucho a los zánganos, como decía su madre, metido siempre en la cómoda y dulce colmena y de la que ni siquiera le apetecía salir para el vuelo nupcial. Se decía por aquellas calendas, que Dios los cría y ellos se juntan, y que cada oveja con su pareja. Y así fue como el Venancio comenzó a mirar, por fin, y poner sitio a la gran fortaleza de una rolliza moza serrana, (se llamaba Visitación, porque nació el día de la Virgen, y bien virgen y buena que era), que empezaba a perder los albores lozanos, tardana y renqueante en amoríos. Y Venancio cayó en la cuenta de que podría llegar a querer a aquella buena moza, por los cosquilleos que sentía cuando la veía o pasaba junto a ella. El problema estaba en cómo decirle que empezaba a quererla, -qué es lo que los serranos dicen a las serranas cuando empiezan a rondar por su puerta-porque a él nadie le había enseñado esas cosas. ¡ Cagüen, con la manía de los pueblos, siempre tener que romper el fuego los hombres...! A Venancio le costaba mucho distinguir entre un simple te quiero y un te amo, verbos difíciles de conjugar en todas sus candorosas acepciones. Estaba metido en un verdadero lío. El quería a mucha gente, a sus cosas, a sus animales; pero tenía mucha vergüenza. Recordaba el día aquel que se puso como un tomate, al ver como dos novios, en un rincón del pajar, se besaban y se decían lo mucho que se amaban, y pensaba con frecuencia: Es que decirle que la quiero me parece poca cosa, y decirle que la amo no sé si podré. Pero en fin, algo tendré que hacer. Pues si parco en palabras, pasaré a los hechos. Luego tiempo habrá de decirse cosas, y a lo mejor ni falta que hace. - ¡ Ea !, hay que hacer algo, se dijo. La veré más; la buscaré en el huerto, en la fuente; me haré el encontradizo, iré más al pajar, y le tiraré piedrecicas a la ventana. Y con todo eso, la moza se entero más, pasó de convidada de piedra a ocupar lugar de devaneos en los carasoles, y a punto estuvo de sufrir el acoso de algún otro mozo envidioso o enguizcador. Venancio se dio cuenta y puso armonía a sus dormidas fogosidades y sus promesas. Bailó más con la moza y se arrimó bien; la acompañó a la puerta, para que se dieran cuenta. La buscó en el huerto, ahuyentó a más de un moscón y puso en orden sus calenturas. Ya mas fresco, Venancio, en sus soliloquios, se ejercitó mucho pronunciando las palabras te quiero, y te amo. Pero a la moza a lo más que llegó fue a decirle que él quería a muchas cosas y personas, y que a ella también la quería. Pero se ponía colorado, no podía evitarlo. Hasta que un día, la moza que se había aprendido bien la letanía, le dijo. - Mira Venancio, mañana vienes a casa y hablas con mi padre. Y se separaron sin más, única forma de evitar los achuchones que ya empezaban a hacer presencia. Venancio se quedó repentinamente frío. ¡ Qué le diría a aquel padre enorme en su propia casa y delante de la moza...? Pero, como buen cumplidor,-que así eran los serranos- serio, formal, que llevaba buenas intenciones, el día señalado, a las tantas de la noche, escondiéndose por los lados oscuros de las calles, para que no lo vieran, se plantó todo tieso en la puerta de la moza. Tomó aliento, tragó saliva y aire -que la aventura no era para menos-, se mesó el pelo, porque estaba hecho un manojo de nervios, balbuceó para sí frases ininteligibles, y !...ieee, tio Juan...! -Adentro, adentro, Venancio, le contestaron desde la cocina. - Buenas, susurró Venancio. - Buenas, asiéntate Venancio. Y se hizo el silencio, espeso, terrible, que a Venancio le pareció eterno. Claro que el padre lo sabía todo. Metido en la piel de Venancio, rompió el hielo. Compuso una sentencia con palabras oídas y le dijo al atribulado conquistador de su hija. " Mira hijo, la Visi es buena, trabajadora, honesta y valiente. No ha conocido varón, y si tú la quieres... " ¡ Hay Dios mío, -pensó Venancio al oírse llamar hijo" a mí me va a dar algo...! No comprendía como le estaban saliendo las cosas tan bien, con las pocas palabras que él había empleado. No sabía Venancio como reaccionar. Por su pobre cabeza pasaron en tropel los pensamientos, y a punto estuvo de darle un patatús. Le querían. Aturdido por la emoción se levantó de la silla. Las piernas no le sostenían. Tragó saliva y aire. Miró a la puerta de la sala desde donde su Visi le escuchaba, y con voz quebrada por la emoción, allí, ante aquel jurado que le había concedido semejante gracia, hizo como pudo su declaración. .«-- ¡ Y yo la amo, hala ya está...! MORELEJA: De donde se deduce, que en este mundo, si se sigue se consigue. Julián Sánchez |