Fiestas 2003
RECUERDOS.

Antaño... y los Olmos.

 

Recuerdo el olmo que había a la izquierda del camino que baja hacia el barranco. Una vez, los muchachos se encaramaron a él y desde arriba gritaron a los rezagados que todavía no habían llegado:

- ¡Estamos en el olmo del tio Periquín!.

Con tan mala suerte que el aludido acertó a pasar precisamente por debajo, cuando volvía para casa. Como no le hizo maldita la gracia oírse mencionar por el apodo, se sentó tranquilamente a esperar que cayeran como peras maduras.  

- Ya os daré yo cuando bajéis.

Naturalmente, no hizo falta darles nada, porque antes se cansó él. Lo cierto es que a todos se les hizo de noche y hasta que el uno no se levantó y se fue, los otros no bajaron, y aún así dieron la vuelta al pueblo por no pasar por su casa, no fuera que los estuviera aguardando con el garrote tras la puerta del corral.

No es que el olmo tuviera dueño; en justicia habrían tenido que decir "el olmo de Julián", pues creo que fue él quien lo plantó.

Será que mi recuerdo es fresco, porque todavía veo allí el olmo; he pasado muchas veces por delante, y como el entorno ha cambiado tanto, no consigo situarlo en un lecho que ahora sería de cemento. Tal vez fue una suerte que tuviera que sucumbir heroicamente bajo la pala del constructor, pues de no haber sido así, con toda seguridad que hoy también habría desaparecido, con el agravante de que así no tendríamos a quien culpar, debido a la plaga que en unos años tan solo, acabó con la vida de esos gigantes verdes que antaño escoltaban la mitad de las carreteras de España.

A los olmos de la plaza, en cualquier caso, no les dio tiempo de enfermar, creo que ni siquiera de envejecer, también ellos dieron hasta la última gota de su savia en pro de la renovación, o porque los entendidos decían que eso... o morir. Tampoco era tan grave la cosa; los olmos son cosa de pueblo, y si hay que derribarlos, pues se derriban. Y así fue, ¿quien los iba a defender antes, y a echarlos de menos después?

Desaparecieron los cinco o seis que guardaban la plaza del ardiente sol del verano, y al invierno, si nevaba, era por encima de ellos, porque la nieve hasta parece que tardaba más en caer al suelo, que aún era de tierra.

¿ Quien recuerda ahora la imagen de la antigua plaza?

De forma más bien rectangular, con las escuelas y la casa del cura en sus extremos cortos opuestos, y en los largos, en uno, el regajo, que solo llegó a río en dos o tres ocasiones, para mal, atravesado por el puente, que sirve de entrada a la plaza para los que entran al pueblo por el barrio de abajo. En el otro, al lado de la del cura, la casa más antigua del lugar según el abuelo, un par de casas más, el Ayuntamiento, y la cuesta que sube, tuerce y acaba ya en el barrio de arriba. Algo más falta en la plaza: la fuente de cuatro caños, y de la que ya, ni memoria queda, se fue acompañando a los olmos. En su lugar emergió un moderno surtidor, del que no se había visto igual en los contornos. Hace tiempo que su alegre chorro cantarín enmudeció; se fué volviendo viejo y triste, hasta que ya no tuvo valor ni fuerza suficiente para subir a donde antes llegaba sin esfuerzo alguno.

La casa del cura sigue en pie, pero ya no alberga clérigos, ni caseras; con suerte, recibe en cálidos meses, fiestas y vacaciones en que aún se llena de risas jóvenes y jarana, algo que quizá esos muros ya ni recordaban, pues pocos la habrían visitado en un largo espacio de tiempo. Recuerdo cuando íbamos a dar clase de Catecismo, los chicos (sobre todo las chicas) que habían de tomar la Comunión cada año.

La primera casa del pueblo, otro agujero en el olvido. Tenía un gran arco de piedra por entrada, que pocos recuerdan porque cada vez quedan menos que puedan hacerla. Los que ahora lo frecuentan, ya solo conocen el frontón que ocupa ese sitio y el de otra casa, como si siempre hubiera estado allí.

En la planta baja del Ayuntamiento se construyeron garajes separados para el secretario y el médico, porque los de entonces "no se trataban". El uno murió al poco tiempo, y el otro hace unos años. El sitio estuvo antes ocupado por el horno, que se encendía semanalmente para que las amas de casa cocieran el pan que había de consumirse en cada familia; y también las magdalenas, tortas finas y mantecados, cuando llegaban las fiestas, comuniones y bautizos ¡que los había!.

Qué decir de las escuelas, llenas entonces de chicos y chicas, respectivamente, que entonces íbamos separados. Quien haya conocido el pueblo en los últimos 15 o 20 años, es difícil que pueda creer que en nuestros días había dos escuelas rebosantes de vida, de sangre joven, y que las calles invadidas, constituían todas, campo permanente de bullas y juegos; juegos que por otra parte también hemos dejado morir, y que por cierto merecen un capítulo aparte. Actualmente, como sabéis son las sedes o "peñas" donde se desarrollan parte de las actividades de las fiestas, que ahora se celebran durante el mes de agosto.

Emilia Tarín