MADRES
Desde la humildad de estas líneas pretendo rendir un público homenaje a nuestras madres; cuando aún estamos a tiempo de que llegue a un buen número de ellas, no a todas las que lo merecen porque por desgracia ya nos han ido abandonando; aquellas mujeres sufridas y abnegadas que vivieron en una época marcada por la austeridad y la escasez, incluso la ausencia de casi todo. Un género que indudablemente acaba con su generación. Dignas sucesoras de sus madres, pozos de sabiduría de quienes adquirieron tantos conocimientos, que a su vez trataron de enseñar a sus hijas, así que somos las depositarias; pero acaso sean los hados que no nos han permitido ponerlos en práctica, pues hemos vivido los 50 años de la más intensa evolución, en todos los terrenos. En las peores condiciones fueron capaces de lidiar cada día con la adversidad, administrando los escasos recursos con que contaban las precarias economías familiares. Las dificultades con las que se enfrentaban, para sacar adelante sus casas eran, así como eran con frecuencia las familias: numerosas. Y los hijos también nacían en casa, por lo menos hasta el año 1970, aproximadamente. En esas casas había animales: mulos, cerdos, gallinas, conejos… hasta los pollitos se criaban en casa, porque éstos no llegaban después en la bandeja del súper, sino del corral . A todos ellos había que alimentar varias veces al día, y el alfalfe se traía del huerto, o del pajar, si era pipirigallo. Y todos ellos ensuciaban, así que había que limpiarles el gallinero o las cortes, rociar y barrer el corral y la calle, porque como los mulos salían, siempre había moñigos que recoger. Tenían que mantener casi todo el día la cocinilla encendida, gran invento, porque había que guisar en ella, a fuerza de leña, pues no había butano, ni calentador para el agua, ni mucho menos lavadora… ni fregona, ni suelos de cerámica, ni colchones de muelles, ni sábanas ajustables… Una vez al año solían jalbegar el interior de las casas, hacer jabón, lavar los colchones de lana con todo el proceso que lleva consigo, preparar en el horno las pastas de las fiestas… Y al invierno: el matapuerco. Aquí ya las funciones se multiplicaban empezando por hacer una limpieza exhaustiva de la cambra y prepararlo todo para el gran día. Comenzaba por lo más ingrato: recoger la sangre, después lavar todo el mondongo, prepararla comida para los ayudantes, y mientras todos comían ella ya preparaba el arroz o cosía las tripas para las morcillas… Al día siguiente ya pelarían las tripas para los otros embutidos, longanizas, güeñas… El toque se las especias para todos ellos también era cosa suya. Los chorizos podían esperar una semana. Claro, que luego habría que cortar y deshacer la manteca, hacer la fridura…etc…etc. La matanza, aún con la reciente introducción de los congeladores, se hace hoy en día casi igual que antes, la diferencia está en que el resto de las tareas domésticas se han visto muy favorecidas, con lo que no hay que sumar tantos esfuerzos. Al llegar el verano: a segar de la mañana a la noche, con lo que conlleva de preparar todo el avío de comida por la noche, después de arreglar los animales y la casa. Igual pasaría con la trilla, al menos la era estaba más cerca. Y entre medias: los gamones y cardos para los gorrinos, hierbas para los conejos, excavar la remolacha, segar alfalfe, el pipirigallo, la veza, … Y cuando el luto visitaba la casa, no era para cuatro días, así que labor doblemente ingrata, de teñir las ropas de negro. Con todo eso todavía se permitían el lujo de tener tiempo libre para sentarse al carasol en invierno; se sacaban su sillita y la cesta de la costura a la puerta o a las eras… y a coser, porque había mucho que remendar. Y cuando ya estaba todo zurcido, hacer puntillas, finos bordados o jerséis de punto para todos. Y mientras tanto nos enseñaban canciones, cuentos y oraciones. No puedo acabar sin hacer una mención especial, pero muy grande, a todos los padres, porque también ellos tuvieron que soportar inclemencias y dificultades compartiendo las mismas condiciones. Casi siempre fuera de casa, con las duras labores del campo, de sol a sol, bregando con los mulos, alternando con los jornales en el monte o las minas, y, dependiendo de la época del año, bajo un sol de justicia o un hielo que partía. Seguro que también ellos tuvieron un día muchas ilusiones y sueños que tal vez nunca hayan visto cumplidos. Vaya por todos ellos y por todos los que hemos gozado el privilegio de tener en casa grandes ejemplares de las que ahora algunos simplemente calificarían como de madres marujas. Emilia Tarín |