ESTE ES MI PUEBLO
Situado en un lugar muy interesante, punto estratégico de comunicaciones. Enclavado sobre una solana pétrea de un piedemonte, puerta Sur de entrada a la Sierra que conforman los Montes Universales, de variadísima y singular belleza. Puede mi pueblo presumir de una luminosidad permanente, aunque no pierde, de vez en cuando, la caricia de la inmaculada niebla; en contraste permanente, recónditos lugares de sabinas, extensos pinares de Rodeno, en donde uno se siente elevado, a poco que ponga de su parte, a grandes cotas de placer, de silencio absoluto, donde el solo hecho de abrir un libro supone profanar la regla impuesta; mejor quedarte quieto, en estado contemplativo con lo que te rodea, en estado puro. Llamamos nosotros a esa gran losa de piedra agolletada, clafiza, si bien afloran durísimos y elegantes morrones, que el visitante encontrará bien visibles en el encantador barranco que roza el pueblo; el cercano promontorio de la Calera, el Alto de las Cerradas, Peña caída, que separa en suave cortado la meseta de la Sierra. No conservan estos morros rocosos vestigio alguno de castillo o fortaleza puesta por civilizaciones anteriores, ellos de por sí solos conforman su propia fortaleza; prefieren ser cornisa elegante y humilde, no de pedestal de vanidades. Asienta mi pueblo sus reales, en una suave ladera que le sirve de eterno carasol, cubierta pétrea de absoluta garantía. Su trazado urbano curioso, en forma de ese, constituye fiel reflejo de la acertada intuición de sus fundadores, esos lejanos abuelos nuestros, descendientes, quizás, de los trogloditas que habitaron en Las Tajadas. De quien fuere, heredaron las inteligentes costumbres de edificar sus casas en suelos pedregosos y estériles, arañando a la vaguada el más ínfimo rincón en donde poder dar vida a una planta. Así quedaron configurados dos barrios, el de arriba y el de abajo, de eterna disputa entre muchachos, y hasta entre mayores; y en los altozanos construyeron sus pajares, de humilde, pero bella mampostería, con sus bien cuidadas eras, sus grandes corrales, apriscos otrora, de una gran cabaña ganadera. Un curioso y encantador vallecito, con frondosas alamedas, un conjunto de lo que fueron primorosos fuertecillos, que más bien hoy se asemeja a un valle de lágrimas por su infertilidad, a que el progreso los ha relegado. Solo quedan alegres y tristes recuerdos. Auténticas añoranzas que a uno le invitan a venir, a soñar. Y así como me atrevo a sugerir al concejo, que piensen, por si pudieran aplicarse medidas que nos animen a seguir soñando. Siempre quedarán visitantes curiosos, ávidos de contemplar simples obras humanas bien hechas, no solamente monumentos de vieja traza. Habrá siempre alguien que deseará ponerse en paz consigo mismo, y partirá gustoso desde la humildad con que ahora contamos. Y, si en el mismo casco urbano no encuentra el viajero lo que anda buscando, que sepa que le esperan amplísimos horizontes donde prolifera la sabina y otras especies de singular belleza; que visite nuestros inmensos Pinares de Rodeno; que contemple restos de nuestra lejana cultura. Ahí mismo, un breve paseo, y se topa con lo que constituirá para él una gratísima sorpresa: Los Callejones; Las Tajadas, Dornaque-Fuentebuena, Peña de la Cruz, La Laguna. Casi nada. Y desde Bezas, a 21 km. Teruel por la A-1513, a 15 km. Albarracín, a 12 km. Gea de Albarracín, a 20 km. Cella. Julián Sánchez
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