La explotación resinera
La resina,
actividad económica más importante de Bezas, comenzó hacia 1915,
perviviendo hasta finales de los 70. En
la explotación del monte para la obtención de resina participaban el
resinero, el remasador y el carretero. En época normal había alrededor
de 25 resineros, sus familias vivían en el pueblo, en los Casetos de
Valdepesebres, en las Fraguas
y en la Mina entre otros.
Los montes pertenecientes al pueblo están amojonados marcando sus
lindes con los pueblos limítrofes y las tierras comunales. Al mismo
tiempo el monte estaba subdividido en “tronzones y cuarteles”. Al
resinero se le marcaba su territorio de trabajo tomando como referencias
las calles, los amojonamientos o pinos que se “derroñaban” en forma de
anillo. Las campañas de la resina se dividían en quinquenios, que serán
los que se necesitaban para trabajar toda una cara. La campaña iba de
marzo a noviembre. El primer mes y parte del segundo los
“resineros”
preparaban el monte; “Derroñe y Clavado”, que consistía en quitar la
choza a todos los pinos a picar sin sangrarlo, ponían la chapa y la
punta para aguantar el “cacharro”, bote de recoger la resina; era de
barro cocido.
El reparto de cacharros si el monte no tenía, por ser monte
nuevo o reponer los gastados en campañas anteriores, se hacía
distribuyéndolos con los mulos. Los camiones los habían traído hasta las
proximidades del monte.
Sobre finales de Abril o principios de Mayo se comenzaba a
picar el monte,
los útiles empleados
por los resineros eran el hacha, la media luna y la maza. Se arrancaban
de 3 a 4 virutas para conseguir el ancho de la pica, unos 12 cm.
Se empieza a unos 15
cm.
, del suelo, lo justo para que cupiese el cacharro. A lo largo de la
campaña se iba
renovando la pica,
alcanzando al final unos 50 a 60 cm. , de altura. El arranque era de
unos 5 a 7 mm, menguando hasta una viruta como “el papel de fumar”. El
hecho de no profundizar era para respetar la vida del pino y suponía
causa de multa tanto si se pasaba de profundidad como de anchura. De una
pica a la siguiente pasaban de 6 a 8 días con el fin de completar el
sangrado de la herida.
La cara debía subir recta,
aunque en ocasiones en algunos
pinos torcidos o en situaciones forzadas, la cara giraba para conseguir
que la resina cayera al cacharro, llegando a colocar virutas clavadas en
la cara para dirigir la caída, lo cual suponía motivo de multa.
Conforme avanzaba la campaña, el resinero tenía un conocimiento
casi exacto del rendimiento de cada pino, lo que le permitía el trasiego
de cacharros de pinos que daban poca a los que excedían lo previsto. El
propio resinero tenía que quitar un cacharro y poner otro nuevo, dejando
éste tapado en el suelo con las mismas virutas secas, llegando incluso a
trasvasar resina de un pino a otro en ausencia de cacharros, llevando un
recipiente al efecto.
Como norma general, un resinero llevaba unos 6 a 7.000 pinos,
dependiendo de la dificultad del monte, alcanzándose situaciones límites
de llevar 10.000 pinos. Se solían por tanto resinar unos 1.000 pinos por
día.
Para San Fernando, 29 de mayo comenzaba la recogida de resina. Se
encargaban los
remasadores
en
cuadrilla de unas 6 a 8 personas, se habían
realizado de 6 a 7 picas. El carretero debía con anterioridad haber
repartido las
cubas
por el monte en los lugares predeterminados. Con la paleta y la lata,
recorrían pino por pino el monte para una vez llena vaciarla en las
cubas.
En los años veinte el carretero las recogía y llevaba a Teruel.
Con la llegada de los camiones éstas se acercaban a los “cargues de las
cubas” donde eran recogidas y llevadas a las resineras. En un principio
la resina de Dehesas Nuevas se llevaba a Bezas; la de Valdepesebres,
Peña la Cruz y la Nava entre otras, a la Casa Forestal, después ya los
camiones se adentraban más por las pistas forestales a los montes y las
distancias disminuyeron.
Los nombres de lugares como “Los Callejones, El Alto de la Mata,
Dehesas Nuevas, Valdepesebres, El llano la Verzosa, La Yermosilla, Peña
la Cruz o las Lagunillas” entre otros eran de uso cotidiano entre los
lugareños.
Las cuatro primeras remasas las hacían ellos, pero la última la
hacía el propio resinero terminado el “barrasco”, o en ocasiones
simultáneamente.
El barrasco consistía en recoger la resina solidificada a lo
largo de la campaña en la cara, esto se efectuaba con una lona o mantel
colocado en la base del pino, así, la que al rascar no caía al cacharro,
se recogía y se depositaba en él. Esta resina es más dura y llena de
impurezas.
La última remasa tenía un serio inconveniente; el reparto de
cubas. En un principio había que llevar cubas a la colla de remasadores,
pero ahora al estar todos los resineros remasando diseminados por el
monte, las cubas había que repartirlas por todo el territorio. Aunque
el carretero
preveía e iba con anterioridad dejando cubas, éstas eran insuficientes;
muchas veces a consecuencia del apremio y la falta de cubas traídas por
los camiones. La proximidad del frío y querer terminar cuanto antes,
hacía que todo fuesen prisas, produciendo más de un altercado; los
improperios y juramentos se oirían a kilómetros.
El carro especial usado para llevar las
cubas podía llegar a cargar 20 cubas vacías y un máximo de ocho llenas.
Una lata llena venía pesando 18 Kg., luego una cuba pesaría de 200 a 220
Kg., las grandes de 280 a 300 Kg. Si a ésto le añadimos la dificultad
que suponía el pringue y el calor podemos imaginar los trabajos de estas
personas. En el término de Bezas los carreteros fueron la familia
conocida como
“Los Federales”, realizando estos menesteres desde principios de
siglo.
El pago de estos trabajos, no estaba en proporción a las fatigas.
El carretero cobraba por cubas entregadas. El resinero cobraba un tanto
por kilo de resina entregada, el derroñe y preparación del monte no se
pagaban. En la fábrica había un representante de los resineros para
velar por sus intereses, normalmente puesto por el dueño de la fábrica
así que podemos imaginar su representación. El remasador también cobraba
un tanto por kilo recogido, inferior ese porcentaje al del resinero pues
éste solo se encargaba de recoger.
Sobre la resina entregada había descuentos; el agua y las
materias extrañas mezcladas en la resina entre otros. Este descuento lo
hacía a ojo, según el criterio del empresario.
Con la prohibición de seguir picando los pinos mediante el método
tradicional, desaparecería un antiguo oficio. Se intentó seguir con el
nuevo método del ácido, haciéndose la prueba en La Pasadilla, pero no
resultó lo satisfactoria que se esperaba. El cierre de las minas y el
fin de la resina marcaron la decadencia del pueblo.
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